Preferred Citation: Saenz, Jaime. Immanent Visitor: Selected Poems of Jaime Saenz, A Bilingual Edition. Berkeley:  University of California Press,  c2002 2002. http://ark.cdlib.org/ark:/13030/kt9m3nc9hd/


 
POEMS IN THE ORIGINAL SPANISH


POEMS IN THE
ORIGINAL SPANISH


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Aniversario de una visión
(1960)

A la imagen que encendió unos perdidos y escondidos fuegos.



74
figure

Saenz as a young man


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I

Lo flotante se pierde, y toda la vida se queda en la luz de la primavera que ha traído tu mirar
—y mientras perduras en el eco yo contemplo tu partida con el humo en pos del horizonte,
y la esperanza y la substancia transparente discurren a lo lejos:
vives la dulzura cuando piensa la hermosura con tristeza tu presencia,
y apareces de medio perfil
al tañido de unos instrumentos nocturnos, azules y dorados, que relumbran, que palpitan y que vuelan
en el hueco de mi corazón.
No me atrevo a mirarte por no quedarme dentro de ti, y no te alabo por que no pierdas la alegría
—con tu contemplación me contento y tú lo sabes y finges no mirarme
y sueles dar saltos exagerando con una divina profundidad,
como si estuvieras a caballo o en motocicleta
—tu extravagancia me asombra y me regocija, y es mi pan de cada día
—cuando llueve, de tus hombros salen gritos al girar de la cabeza,
y te acaricias las mejillas y das palmadas que resuenan en el agua en el viento y en la niebla
—¡cómo te amo me asombra!,
yo te echo de menos a tiempo de escucharte,
una música sepulcral se pierde en el olvido y mi muerte sale de ti,
a los músicos se les aparecen las imágenes amadas
cuando escuchas tú
—todo el tiempo, los músicos se alegran del silencio
cuando escuchas tú.

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II

Tu recorrido en las calles te separa de mí, de igual manera que el día y las calles de
por sí
—la ciudad es toda entera una araña que te guarda de mí,
y la luz te incomunica; te aparta, y me hace espiar lo bien que te vigila
—brilla tu júbilo en las esquinas,
a la hora de la desolación yo me pregunto si encontraré el alto azul profundo de tu vestimenta,
mi país,
el aire de tu voz al caer la tarde
—y me pregunto por qué renunciaría jubilosamente al júbilo que tú me causas.
Tu parecido a mi no se encuentra en ti, ni en mí, ni tampoco en mi parecido a ti
pero en alguna línea trazada al acaso y que el olvido hizo memorable
—y en el olor que se desprende de ciertos dibujos que nos hacen llorar
y que a la vez nos causan júbilo,
por ser un miedo al sabor de las evocaciones tu visión conmovedora,
aquel suave testimonio que la juventud dejó de su partida:
imagen escondida,
sabor de juventud a la espera de fundirse con la hora de la muerte que es tu
forma que camina con luz y con amor a lo largo de los días y las noches y
los años para lastimar mi corazón
—mi muerte se habrá llevado tu mirar porque sentía dentro de ti cuando la buscabas,
pues en ti se encubre y permanece;
déjame nombrarte su ropaje,
en ti se quedará la juventud.

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III

Tú exageras sin exagerar porque sabes que mis exageraciones hacen que exageres tú,
y mis exageraciones son invisibles a fin de que tus exageraciones, no solamente por causa de la edad sean visibles;
y de modo tan sutil, yo contribuyo mi grano de arena al descubrimiento de un remedio para el mal de amor
—mas, estoy solo y deslumbrado, y necesito socorro frente a este paroxismo de exageraciones, las que anuncian algún júbilo caótico
—y no sé si tú eres o si es el demonio quien me deslumbra y me hace ver lo que no se ve
y vivir una vida que no es vida ni es sueño, pero miedo, un miedo de soñar en lo que mi alma no conoce,
un milagro de dulzura y de verdad transformado en una broma cuando al vuelo de una mariposa prorrumpí en una queja
y buscando vida y sentido mis esfuerzos y penurias resultaron siendo un chiste
—pues yo no sabía que tuviésemos que fingir ser otros por ser los mismos;
y no somos como lo que somos ni tampoco parecemos ser lo que somos,
sino que tú y yo seremos, y también yo seré tú y tú serás yo,
tan solamente por medio del fingimiento
—y además, ahora he llegado a saber que el amor no es, sino lo que se oculta en el amor;
y para encontrarlo, yo tendré que traspasar lo que creo ser, o sea tú, y llegar a ser tú, o sea yo
(en realidad, tú eres porque yo pienso, y eres la verdadera realidad)
—y tú harás de la misma manera,
mas, no suspires, no vayas por acá ni por allá,
pero adonde se mira con fijeza y se suspira de verdad,
y donde un toro iracundo embiste al milagro

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que desbautizará para bautizar,
y que de verdad te nombrará—por dentro, y no por fuera.

IV

De haber milagro, no hay tal; y yo clamo por el olvido de la palabra, la unificación
de los reinos y la comunicación por medio de los ojos, el retorno al alma—
tú perecerás,
y nadie habrá visto tu alma, excepto yo;
y en cambio tú, ni siquiera me ves la cara, y mientras yo reconozco la tuya entre muchedumbres,
cuando no me reconoces crees tú que creo que soy una mosca, y que ignoro
que te conozco y creo que yo creo lo que tú;
pero, has de saber que si yo fuese en verdad una mosca, aunque me mirases yo no
sabría a quién miras tú, y te miraría sin sentir ni comprender el por qué
—y por tanto, si soy como nací, eso se debe al terror, del cual soy hijo; pues noera nada imposible nacer como mosca—y de ello no cabe duda, según se ve;
y luego, yo puedo clamar, como que clamo, y buscar remedio a un mal que a mí no me aqueja, pero a ti,
alguien que, al creer ser quien no es, me mira, y de tal suerte, como si yo fuera lo
que él siendo yo,
se mira a sí mismo, pero no a mí, desde que en realidad soy yo el que cree que él me mira,
cuando no me mira, por mirarlo yo:
es decir yo soy yo y tú eres tú y te miro y por eso creo que tú me miras, y tú no me miras pero crees que lo haces toda vez que tú me miras,
con la diferencia que yo no me miro a mí sino que creo hacerlo por mirarte a ti,
o sea que yo soy yo, y tú no eres tú sino yo;

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en una palabra: hay y no hay comunicación; y tú no existes, y yo dejo de existir al
ocuparme de ti, puesto que salgo de mí por que existas tú
—en conclusión, yo te digo que es éste el tono a emplearse cuando de penetrar en
las cuestiones de amor se trata—una cosa oscura,
para cuya explicación el tono apropiado tendrá que ser oscuro, pero no lúcido;
y yo digo que la sensatez tan solamente sirve para explicarse lo que es ella misma,
pues con el tono sensato, en realidad te has abismado en tu propia sensatez cuando crees haber logrado aclarar lo que querías;
oscuro, muy oscuro deberá de ser el tono, si se quiere hacer desencadenar lo que el amor oculta;
y habrá de ser muy grande la oscuridad del tono en la iluminación de mi despedida de ti,
cuando me encuentre un cuerpo sin cuerpo y sin ti, un aerolito por la falta de ti,
sin el silencio de tus ojos, sin la fantasía que iba a revelarme la forma de tus labios
y sin el viaje y la llegada del sueño y de la luz, que ya te envolvían para traerte por entero junto a mí
—¡quién sabe, con qué de gestos, con qué de volteretas yo hubiera saludado tu aparición encantadora!
—y mientras que te espero durante muchos años y me contengo de vivir
y te espero un minuto y vivo aprisa,
yo quisiera un eclipse de luna para ver cumplirse las ilusiones que me quedan de besarte,
no importaría con la mitad de un beso o sin un beso y en el trance de oscuridad o de luz
—y mis esperanzas, bajo tu mirar,
se volverían la verdadera vida que yo miro en el fondo de tus ojos.

V

A la vista del río, que lava de males a los habitantes y los mantiene despiertos,
y que socava la delgada corteza que sostiene a la ciudad debajo de la cual se oculta un gran abismo,
no me dirigiré a ti, por un momento y deseo de tenerme en lo que habitas y habita en ti—y también en mí,
y percibir la forma, angosta y alargada de la muerte, en la substancia húmeda y
dura del cristal que le sirve de vivienda,
y conocer la manera de ser y no ser como la muerte, que sabe crecer de arriba hacia abajo
—quiero descubrir por qué sentimos que nos movemos, en cuál espacio, en cuál
sitio, en cuál distancia se mueve el movimiento en la quietud,
donde busca el movimiento un ir de un lugar a otro sin necesidad de ir, y busca
realizarse en la inmovilidad y dentro de sí mismo,
como la superficie de este río y como sus aguas, discurriendo lentamente junto con nosotros,
para desembocar en el mar, para hundirnos y salvarnos de no morir por la ausencia de la muerte,
la que un instante atrás ignoraba nuestra vida,
la que viaja en ellas ahora y se aleja de nuestro lado.
¡Pasa sordo y ruidoso el río!—se desliza y salta a través de los diques,
a su estruendo se enardecen las visiones de grandes animales
que vemos cuando a solas nos desahogamos de cierta rara tristeza,
en la transparencia y en el olvido de los suspiros que el río eleva y profundiza en medio de emanaciones mefíticas,
y al silbido del aire puro que el Illimani ha filtrado,
y que sopla sobre lo turbio e impetuoso de nuestra inclinación,

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esas visiones se debaten entre suspiros y buscan en lo tumultuoso de las aguas alguna visión que las mire y suspire por ellas,
—y, mientras respiramos el extracto de este gran aire, filtrado, azul y frío,
a la hora de las sombras, con una turbadora penetración las emanaciones mefíticas nos transportan al mar,
y nos diluyen en la redondez de la tierra y en una eminencia del cielo
—yo te busco,
y con el alba y con los suspiros,
junto al claro de las estrellas se anima la ciudad
—y pasa el río, desconsoladamente y se queda.

VI

En las pródigas luces humedecidas
y en los aires de navegación de las montañas,
en las solitarias inmensidades de la limpidez y en las humaredas, al calor fugitivo
de la grave curvatura del mundo
—en las calles y en los árboles,
la lluvia refleja la callada ternura de tu visión.
Y de las tumbas un suspiro enciende perdidos y escondidos fuegos
en tu sentida imagen,
a la ascensión de aquel melancólico vaho desde las oscuridades,
que ha resquebrajado los sudarios de tus rumorosos antepasados
—y en las entrañas del agua, al compás que escucho del olvido, llueve,
y llueve y yo no te miro, en realidad puedo mirar que me miras tú,

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—¡cómo me miras!,
de unos confines, de la infancia
y de los mares profundos de la juventud
—¡me miras en el vacío y a través de la distancia,
cómo llega tu mirar, de tanta lejanía y en qué conmovida manera,
que me hace saber que yo no te miro!
—y un gran llanto me sacude al deseo de encontrarte,
y hablar contigo sobre la gratitud, sobre la primavera y la alegría
y sobre cosas tantas y diversas,
y a un tiempo te escucho—en la huella que ha quedado en mi frente, en una
sombra que roza la pared—,
te escucho hablar de todo cuanto me hace llorar
—y así respondes a lo que digo en mi corazón.

VII

Que sea larga tu permanencia bajo el fulgor de las estrellas,
yo dejo en tus manos mi tiempo
—el tiempo de la lluvia
perfumará tu presencia resplandeciente en la vegetación.
Renuncio al júbilo, renuncio a ti: eres tú el cuerpo de mi alma; quédate
—yo he transmontado el crepúsculo y la espesura, a la apacible luz de tus
ojos
y me interno en la tiniebla;
a nadie mires,
no abras la ventana. No te muevas:

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hazme saber el gesto que de tu boca difunde silenciosa la brisa;
estoy en tu memoria, hazme saber si tus manos me acarician
y si por ellas el follaje respira
—hazme saber de la lluvia que cae sobre tu escondido cuerpo,
y si la penumbra es quien lo esconde o el espíritu de la noche.
Hazme saber, perdida y desaparecida visión, qué era lo que guardaba tu mirar
—si era el ansiado y secreto don,
que mi vida esperó toda la vida a que la muerte lo recibiese.

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De Al pasar un cometa
(1970–1972)


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En lo alto de la ciudad oscura

Una noche en una calle bajo la lluvia en lo alto de la ciudad oscura
con el ruido a lo lejos
es seguro que suspirará
yo suspiraré
tomados de las manos por un gran tiempo en el interior de la arboleda
sus ojos claros al pasar un cometa
—su cara llegada del mar sus ojos en el cielo mi voz dentro de su voz
su boca en forma de manzana su cabello en forma de sueño
una mirada nunca vista en cada pupila
sus pestañas en forma de luz un torrente de fuego
todo será mío dando volteretas de alegría
me cortaré una mano por cada suspiro suyo me sacaré un ojo por cada sonrisa suya
me moriré una vez dos veces tres veces cuatro veces mil veces
hasta morir en sus labios
con un serrucho me cortaré las costillas para entregarle mi corazón
con una aguja sacaré a relucir mi mejor alma para darle una sorpresa
los viernes por la tarde
con el aire de la noche cantando una canción me propongo vivir trescientos años
en su hermosa compañía.

Tu calavera

A Silvia Natalia Rivera

Estas lluvias,
yo no sé por qué me harán amar un sueño que tuve, hace muchos años,

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con un sueño que tuviste tú
—se me aparecía tu calavera,
Y tenía un alto encanto;
no me miraba a mí—te miraba a ti.
Y se acercaba a mi calavera, y yo te miraba a ti.
Y cuando tú me mirabas a mí, se te aparecía mi calavera;
no te miraba a ti.
Me miraba a mí.
En la alta noche,
alguien miraba;
y yo soñaba tu sueño
—bajo una lluvia silenciosa,
tú te ocultabas en tu calavera,
y yo me ocultaba en ti.

Aquí

En la distancia, en el silencio, en los reinos de la infancia,
alguien lloraba por mí.
Tu antigua mirada ocupaba el espacio, y la eternidad renacía, y la juventud.
Una gota de agua, en lugar de mí.

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En la altura

Te miré de cerca, era propicia la primavera en la altura.
Era visible el resplandor en tus entrañas, la revelación de mi afecto por ti,
su causa y secreto
—y cayó la noche.

La canasta de lana

Queriendo sin poder me soñaba en este cuarto durmiendo y me soñaba pudiendo,
haciendo sonar una canasta de lana para quedarme durmiendo,
y queriendo que vengan que no vengan y que hagan que no hagan sonar una canasta de lana haciendo un daño sin querer,
ilustrando una música japonesa que me hace llorar recordando mas no escuchando,
evocando una escena inevocable que por pura suerte puede evocarse,
como quien dice:
ahora que esta señora evoca hablando y aquel señor habla evocando,
como quien dice:
"Ven aquí, lora; hagamos sonar esta canasta de lana," quedando todos contentos con esta música japonesa que me hace llorar evocando,
y que sigue ilustrando y sigue sonando y sigue tocando toda la noche.

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Según estoy persuadido

A Jaime Taborga V.

Todos viven en uno
—yo, tú, ellos.
Todos vivimos en todos, nadie vive ni muere, y cada cual se está por su lado
—pero nadie sabe lo que pasa.
El mundo es una conjetura, según estoy persuadido.
La forma que te atribuyes tú o la que yo me atribuyo es la que él asume.
Movimiento y forma son una y misma cosa, y no hay tal redondez del mundo,
pero sí una forma que incesantemente se transforma en virtud de los movimientos del tiempo,
los cuales ya se comprimen ya se expanden en las espirales, en las esencias y en las existencias, o en los reinos del caos,
para retornar a la partícula primordial, o para alejarse hacia las regiones de lo increado y lo no creado,
en donde nada pasa por más que pase, y en donde todo pasa por más que no pase;
debiendo de encontrarse precisamente allí la causa última de la forma,
según estoy persuadido.

La ciudad

A Blanca Wiethüchter y Ramiro Molina

Con el humo y con el fuego, mucha gente apagada y silenciosa,
en una calle, en una esquina,
en la alta ciudad, contemplando el futuro en busca del pasado
—en las entrañas sutiles el relámpago nocturno,
en el ojo caviloso, las meditaciones se vuelven agonía.

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En otra época, la esperanza y la alegría servían para algo—era invisible el paso del tiempo,
y la oscuridad, una cosa invisible,
tan sólo revelada a los infinitos ancianos avanzando a tientas que procuran palparte para saber si entre ellos no estás tú,
mientras procuran palpar a unos niños a quienes creen palpar, no obstante que éstos los palpan a ellos y se confunden con ellos a tiempo de palparte a ti,
palpando a solas un manto de oscuridad que fue tejido con una tristeza sin límites por algún habitante,
muerto y perdido en esta oscuridad transparente que es la ciudad en que actualmente habito yo,
habitando una ciudad en el fondo de mi alma que no habita sino tan sólo un habitante
—y tal una ciudad llena de chispas, llena de estrellas, llena de fuegos en las esquinas,
llena de carbones y de ascuas en los aires,
tal una ciudad en que muchos seres solitarios y alejados de mí, se mueven y murmuran con un destino que el cielo ya no sabe,
con unos ojos, con unos ídolos, y con unos niños que ese mismo cielo arrebató,
sin más vida que la vida, sin más tiempo que el tiempo,
amurallados en las grandes paredes del fuego y del olvido, mecidos en el vaivén de las desesperanzas,
llorando calladamente con esta ciudad que se hunde.
Y ningún ángel o demonio en este pozo de silencio.
Solamente los fuegos a lo largo de las calles.
Solamente los contornos helados de las sombras, la calma de un sol que se retira.
El soplo de un alba que por última vez amaneció, el chirrido de las puertas con el viento,

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los ámbitos que estallan y que se dispersan, y las formas que se funden con las llamas,
los signos y los cantos,
con una angustia muy recóndita, en el suelo y más allá del suelo,
y la respiración de los muertos, las lluvias incesantes,
el abandono con sabor de pan, en una casa que entre sueños me persigue,
los patios y las gradas, los seres y las piedras, y los corredores infinitos;
las ventanas que se abren al vacío y se cierran al espanto,
los cuartos en que me pierdo y los rincones en que me oculto
—las lóbregas paredes y el húmedo musgo, los confines en los cuales busco no sé qué,
ocultándome del vasto olor de las costumbres.
Ninguna voz, ninguna luz, ningún testimonio de mi antigua vida.
Solamente los fuegos,
inextinguibles aunque siempre menguantes, y tan solamente los fuegos.
El desolado portento del fantasma que una vez se llamó la juventud
—en mi ciudad, en mi morada.

Mirando cómo pasa el río

A Leonardo García-Pabón

Llegada la hora hablaré contigo, mirando cómo pasa el río, al lado del río.
Con el perfil de tu frente, con el eco de tu voz, difundiendo mi voz en lo profundo,
en las grandes amplitudes en las cuales el ojo de la muerte ha mirado, conocerás la palabra oculta.

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Donde el viento permanece. Donde el vivir se acaba y donde el color es uno y solo.
Donde el agua no se toca, y donde la tierra no se toca: donde tú sabes estar, en mi estar invisible,
en estado milenario
—de obras, de olores y de formas; de animales, de minerales, de vegetales en el tiempo.
En el tiempo del tiempo. En la raíz del presentimiento. En la semilla, en la angustia,
solamente tú conocerás la palabra oculta.
La soledad del mundo. La soledad del hombre. La razón de ser del hombre y del mundo
—la soledad circular de la esfera. El crecimiento
y el decrecimiento;
el cierre de la cosa hermética. El cierre hermético de la cosa.
El ingente, el incalculable—el inconmensurable sepulcro indiviso y vacío.

Alguien tendrá que llamarse crepúsculo

A Carlos Ramírez

Persiste el resplandor a lo largo de los años.
Persiste el horizonte en que resuenan y en que se apagan mis pasos conforme discurre el crepúsculo.
Las lluvias de primavera, la espera que comienza cuando el año se acaba, y la visión que siempre aparece;
este cielo de duendes, este cielo de cosas y de sombras; persiste el caer de la tarde.
Persisten los muertos, las piedras y los cantos; las nubes y los ruidos y las vidas;
la oscuridad, el mundo y la distancia.

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Persiste el resplandor a lo largo de los años.
Pues no puede consumirse sino la verdadera vida que vive del resplandor que la consume.
Muchas veces al buscar sin poder encontrarte el crepúsculo me sorprendía a la hora de tus ojos.
Muchas veces me olvidé de ti, quise olvidarme y recordar, y recordé que tenía que olvidarte,
acordándome de ti por lo mismo que no quería recordarte
—el crepúsculo me envolvía en tales circunstancias, perfectamente lo recuerdo.
Yo te confundía con el crepúsculo al confundirme contigo;
tú me confundías con el crepúsculo al confundirte conmigo,
y tú y yo nos confundíamos con el crepúsculo, que nos confundía a ti conmigo y a mí contigo,
confundiéndose contigo el confundido conmigo, para confundirse conmigo el confundido contigo.
Y muchas veces se confundían en una y misma persona el crepúsculo y tú y yo,
y otras muchas cada cual se confundía con otras tres personas distintas,
que con esto se volvían nueve en total, o sea cero.
Y no había tal persona llamada crepúsculo,
sino que en realidad no había persona que no se llamara crepúsculo,
excepto las llamadas tú y yo, que sin embargo no podían dejar de llamarse crepúsculo.

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De El escalpelo (1955)


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Homenaje a la epilepsia

ESTOS SON CABELLOS DEL PEQUEÑO EPILÉEPTICO

Los cabellos del pequeño epiléptico se distienden tenebrosos en los albores dela noche. Mueven sus resinas con términos acompasados, y parecen gigantescas columnas degranito en el glorioso y misterioso ámbito del amor y de la muerte.

En estos cabellos, a los que respeto porque son personas, hay columpios de inexplicable redondez, en los cuales veo la negrura mágica y amada del espacio.

Son los cabellos del muerto en la irradiación de una mano que ha metido sus dedos en el misterio.

el coche de muertos

Hace mucho tiempo, cuando yo era niño, trataron de enseñarme cosas acerca de ciertas cosas. Pero no logré aprender normas acerca de la disciplina.

Un día caminaba ante la ciudad y vi un coche. Me causó mucha tristeza. No sé, ahora, si era verde, o azul, o rojo, pero durante el transcurso de mi vida llegué a la conclusión de que no tenía color, y que simplemente era un coche.

Ese coche que vi un día de mi infancia había yo estado inficionado de no sé qué fuerzas extrañas y no sé de qué extraños conocimientos.

Era el coche de muertos, de acuerdo a lo que me revelara años después el niño epiléptico, a quien encontré en un día de solx002F;

Este acontecimiento, desde luego, carece de importancia, pese a que el niño llama a un coche cualquiera, "coche de muertos."


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UN MUERTO SE HA MUERTO

Los muertos, tal como los vivos, también pueden morir otra vez.

Tal la revelación del niño epiléptico, durante una tarde de sol.

Los muertos tienen la capacidad de morirse.

El hecho de morir no le priva a uno del derecho de morir otra vez. Ahí está el secreto de la existencia.

Es por eso que los muertos se han muerto.

Por eso es también que, en cierto modo, los muertos son precoces.

LA PUERTA QUE DA INGRESO AL MISTERIO

Es posible fabricar una puerta, pero no una puerta para que ingresen a una habitación antigua los niños, sino una puerta auténtica para poder ingresar al misterio.

Fabricar un preámbulo de locura, de tal modo que todos los fabricantes de la nada no sepan qué hacer.

Ese niño, estoy seguro, posee los secretos de alguna puerta que puede conducir al misterio, sin recurrir, pongo en claro, a las irremediables putrefacciones.

Hay una puerta. Esa puerta está abierta para ti, para mí, para todos. Está abierta para las ratas, que te contemplan noche tras noche desde la luna.

Hay que dejar que ese niño siga con un poco de la puerta del misterio y entregarle algo de sus cabellos antes que desconozca los caminos y las piedras.

(Es ahí donde reside el secreto de la puerta.)


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UN FÉOSFORO APAGADO

Un fósforo apagado es simplemente un fósforo apagado. Lo trascendente delfósforo apagado es que está apagado, y que, pese a que ya no es, se le llame fósforo.

Pero ese fósforo que está allí, sobre una hoja de papel, está muerto. Eso sí que es importante. Porque lo importante es que esté muerto.

Es el ser, y hay que verlo, allí, tan substancial como el universo. Como cosa que se integra en las etapas de la nada.

SUDARIO QUE RESGUARDA PAPELES CORTADOS

Es un sudario. Estoy seguro que todos han visto un sudario en su niñez, aunque sea por escrito. Han visto todos en su niñez sudarios y sudarios. Sin embargo, yo he comenzado a congelar los sudarios del mundo.

De pronto retorno a mi vivienda. Veo un sudario limpio y fresco, pero eso es en broma solamente.

Duermo en sábanas apagadas y lunares, y sueño con los sudarios.

Me cubren, sujetan quedamente mi próxima podredumbre, rechinan sus teas sobre mi cuerpo glorioso en medio de la noche oscura. Luego, en la magia, adquieren vida para envolverme con los animales del destino.

Son papeles cortados por la luna. Hay que dejarlos allí, donde duermen las mesas vulnerables, todos, todos, las arañas vulnerables, hay que dejarlos tal como están, con la música, de sus sudarios de niño.

Los papeles cortados van por el mundo con la llaga melancólica de los adioses.


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el alarido profundo

Es solamente un alarido profundo. Viene de lejos. Nada tiene que ver con el vientre, ni con los pulmones o el hígado. Es, llanamente, un alarido ante el cual uno quiere irse, apaciblemente, a la luna, llevando ciertos cabellos de cierto niño profundo. "Un alarido profundo tiene que ser siempre," me han dicho, "el alarido, de la humanidad."

IMAGEN DEL NIÑNO

Su imagen es dulce. Nadie puede verla, excepto el caracol que anida a sus pies a orillas del mar.

Nadie puede verla, excepto las arañas que moran donde moras tú y donde moran las memorables máquinas orgánicas de la eternidad.

Nada puede detener su deseo de niñez.

Es así su imagen. La vida de las imágenes ilusorias de la muerte y de la vida.

Tiene él un esquema.

Ese esquema es la reseña del secreto del amor y de la muerte, aunque el niño ignore amor y muerte, aunque sea vaga omnipotencia en medio de este juicio para practicar homenaje a la epilepsia.

(Objeto muerto y puro para recoger la soledad.)


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LA CATÁSTROFE Y LAS PROGRESIONES DEL OJO CON LA MUERTE

Concluye ahora todo. La catástrofe es bella.

Aquí, en medio de la noche, acabo de rendir homenaje al misterioso epiléptico, así, con tanta mansedumbre como una laguna.

Rindo mi homenaje. Calladamente, viene la catástrofe. Los alfileres apuntan al cielo. Será así siempre.

Los ojos se tornan amarillos, y se connaturalizan con otras cosas que no son. Ya viene la verdadera vida.

Paráfrasis de "¿Y le has dicho? ¿O no?"

La paráfrasis de lo que había dicho se parece a Wiesbaden. Con lo lluviosa y fugitiva que es, con lo clara que es, y con esa capacidad súbita que tiene para mezclarse entre el tumulto, luego de pasar a cinco centímetros de mí, sin apenas conocerme, o como si nos hubiésemos conocido alguna vez en la orilla de algún mar profundo, con lana en el fondo, y, en la superficie, con peces ardientes, ahuecados hacia la espalda y la columna vertebral un poco rígida. Peces con la maravillosa capacidad de individualizar. Te llaman por tu nombre, aunque no lo creas. Contrariamente a los otros géneros de peces, pueden girar sus pupilas para seguir tus movimientos, y pueden (este es un extraño caso de devoción) salir del mar y arrastrarse arenas arriba, hasta perecer, solamente por cumplir su función, que es la de seguirte por entre la multitud rabiosa y enloquecida que nada busca.

Pero, entendido está, tú no eres la multitud. Tú, más bien, eres la esencia, el ser de la multitud. Se entiende que la multitud dimana de ti, y se entiende hasta la congoja que no habría multitud de no ser tú. Es por eso que yo amo no solamente a la multitud, sino a las multitudes. La amo y las amo porque tengo un concepto tuyo amplísimo de eternidad, y porque el primigenio clima para conocer algún estrecho


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pasadizo de lo angustioso consiste en la multitud, y en las multitudes, a la cual y a las cuales has dado vida tú con el maravilloso enigma de la palabra dicha y escuchada desde el ámbito de pocos centímetros: "¿Y le has dicho? ¿O no?"

Esto que estoy haciendo, y que llamo "Paráfrasis de ‘¿Y le has dicho? ¿O no?'" no es más que una incidencia, de viejas, remotas conjeturas, de negras, feroces y lúcidas ensoñaciones acerca de ti, cuando alguna vez tenía yo, (yo, yo mismo) los brazos al viento, el olor, digamos, de Wiesbaden—como esta tarde—y la calavera fresca.

La vela y el viento (Fragmento)

Hay un hombre metido en el fuego, en tanto que otro observa su desventura desde los bordes del agua sin acometer la idea de la llama en que se debate la vela moribunda y distante de las realidades en que se torna plato o riñón la tierra, o en que un tomate pueda dar la sensación del color claro y rosado, para identificarse con los ardores de garganta que tienen los niños, sean bellos, sean víctimas de la viruela o hábiles equilibristas.

Por ventura, acaso tú no has visto alguna vez el núcleo de la llama, y no te has espantado ante su maravilla. Acaso no has pensado alguna vez en los ardores de las manos, en los ardores del cuello, en los del convento al amanecer, cuando uno busca algo que se parezca a una piedra bendita para comérsela; no has pensado acaso en la escarlatina del niñito, de ése, cuajado de bosques, inmerso en la melancolía, alegórico y fino, desmenuzado por la tormenta, suave de jabón, intrínsicamente blando, con su nuca alargada y sus labios monstruosos, y la camisa hecha pedazos, con un olor de flores en los hombros y en las rodillas.

Hay, en su actitud, una vela sobrenatural, que da la medida del destino. Hay sobre todo una minúscula aguja sobre su traje, que da la medida del fuego y del viento.

Si ves un incendio, te acuerdas de ella. Si ves el mar, te acuerdas de ella; y si ves los núcleos terrosos de los anchos y secos caminos, te acuerdas de ella.


103

Hay un lapso de rocas y de algarabías cuando tú prendes una vela para dar cierta alegoría a su muerte, tan minúscula, tan triste, lluviosa y redondeada por el fuego.

E.

"E"; sabes tú qué significa "E."

"E" significa la muerte primera, la única muerte, la de uno, para que los otros se queden horriblemente solos y orgullosos de vivir y de lavarse con jabones finos.

Eso quiere decir "E." "E," tan muerta y silenciosa y arquitectónica como la vives ahora, para usarla o no y decir "estoy," "una," "era," "espanto," "espero," "enagua," "Caquiaviri," "entonces," "Erasmo," o para decir: "escolar," "estamos yendo a la casa de mi padre," "estoy yo para invitarles alfajores," "ensueño," "no le hagan cosquillas a ningún señor en el colectivo," "parece que se empeñan en no guardar las correas en su lugar," "ranuras," "todavía no han salido los rosquetes del horno," "hay unos hermanos que quieren vender su cafetería, pero al contado," "la ropa está mojada," "siempre quieres salir con la tuya," "alcantarilla."

Así es la "E."

Lo atronador y curioso, lo mismo que la lluvia, es que no puedes aplicar tú la "E" o la "T" a ninguna otra letra del abecedario, y tampoco a la vela o al viento.

La vela y el viento son seres aparte. Incomprensibles. De esta incomprensión dimana tu tristeza. Es la incompatibilidad de tu alma con la vela y el viento.

Andate ahora a dormir con las cosas oscuras que siempre buscas y no encuentras.


104

El viaje de los tilos y las madréporas cuando se
reside en el cansancio de las viejas cunas (Fragmento)

Caminan en el eco. Caminan oscuramente, como caminan los trances. Caminan desacompasadamente, caminan con esos y angustiosos silbatos nocturnos, portando su alarido, así, mensajeros encumbrados. Caminan con las nalgas, con el pubis olvidado. Pero sobre todo, caminan tan rotundamente que da espanto.

No lo olvides. Caminan forcejeando su ser, caminan como si otro los llevara, caminan terroríficos, plenos, ahuecados, fervorosos.

Caminan como nadie camina. Siguen caminando, acostados a la vera de alguien. Caminan despiertos y dormidos, caminan al revés, caminan a destiempo, frecuentados por raros privilegios.

Caminan como si alguien les dijera: "No camines." (Con el imán a cuestas, saben y no saben hacia donde caminan. Pero eso les lleva a la tormentosa, formidable esencia de aquellas sonrisas olvidadas en el plan del río, en el eco que hace no sé cómo el piano y el chelo, en el clímax de un atardecer frío y deslumbrante. Inevitablemente había de caer la noche.)

Son los inventores de los ruidos, tú lo sabes. Se despiden con un ruido; con un sutil, amargo ruido.

Llevan sus migajas al agua de mar con ruido, y se levantan, y se acuestan, y aparecen con ruido, con el irónico, placentero, profético ruido que hacen los adioses. Son formidables.

Son la forma misteriosa del llanto. Han urdido, sin saberlo, las sabias maneras, oblicuas, universales, eternas. Las sabias maneras del escondido ritmo, del entrañable estruendo con que uno despierta. Las sabias, mágicas maneras del presentimiento, las nobles maneras del círculo y del cuadrado, las maneras extrañas, invisibles, del paradójico ademán, del éxtasis vertido, de la congoja vertida, de la súplica interna, del dolido viaje que fulmina.


105

Son los descubridores de la melancolía. Son, con su callado terror, precursores de la forma del viaje. Del modo de desplazarse sin nadie ni ellos.

Son vagas y concretas formas, ángeles bestiales, supremos, presuntos, verdaderos, catastróficos, ideales símbolos. Son buenos y silentes, y son, esta noche, universos estupendos, colosales llamados de la nada, vertidos gritos óseos, inolvidables compulsores de tu sonrisa.


107

Recorrer esta distancia (1973)

A la imagen de Puraduralubia



109

I

Estoy separado de mí por la distancia en que yo me encuentro;
el muerto está separado de la muerte por una gran distancia.
Pienso recorrer esta distancia descansando en algún lugar.
De espaldas en la morada del deseo,
sin moverme de mi sitio—frente a la puerta cerrada,
con una luz del invierno a mi lado.
En los rincones de mi cuarto, en los alrededores de la silla.
Con la indecisa memoria que se desprende del vacío
—en la superficie del tumbado,
el muerto deberá comunicarse con la muerte.
Contemplando los huesos sobre la tabla, contando las oscuridades con mis dedos a partir de ti.
Mirando que se estén las cosas, yo deseo.
Y me encuentro recorriendo una gran distancia.

II

Como el aire nocturno la fiesta del espíritu ya es cosa acabada,
Como la escalera que sobre un muro se apoya para escuchar la palabra es cosa acabada.
Como la línea que una vez dibujé y con tu sombra dejaste es cosa acabada.

110
Como el humo en los braseros con el incienso y con los vapores que se difunden,
echando de menos las voces,
como las luces y los espejos que ascienden hacia los cielos de invierno,
con el olvido de las costumbres y de los seres definitivamente distantes en la distancia,
así las cosas y las calaveras ya no son cosas ni calaveras,
en las ceremonias de invierno ya no se usan.

III

Al contacto del secreto que fluye, del tiempo que se detiene, del fuego que se consume, y del hielo eterno y presente,
todo ojo, toda imagen, arderá en llamas y se quemará.
Toda concavidad en el seno de la tierra, toda oscuridad que descienda, se quedará para siempre.
(Si eres brujo, ríete. Mas si no lo fueses, y te dicen que el diablo te persigue, no te rías.)
Con los años que discurren y los giros de estos mundos y las luces recibidas contemplando las estrellas puedo darme cuenta de las cosas.
Toda alma se diluye en las aguas torrenciales con el alma universal.

IV

Los grandes malestares causados por las sombras, las visiones melancólicas surgidas de la noche,

111
todo lo horripilante, todo lo atroz, lo que no tiene nombre, lo que no tiene porqué,
hay que soportarlo, quien sabe por qué.
Si no tienes qué comer sino basura, no digas nada.
Si la basura te hace mal, no digas nada.
Si te cortan los pies, si te queman las manos, si la lengua se te pudre, si te partes la espalda, si te rompes el alma, no digas nada.
Si te envenenan no digas nada, aunque se te salgan las tripas por la boca y se te paren los pelos de punta; aunque se aneguen tus ojos en sangre, no digas nada.
Si te sientes bien no te sientas bien. Si te quedas no te quedes. Si te mueres no te mueras. Si te apenas no te apenes. No digas nada.
Vivir es difícil; cosa difícil no decir nada.
Soportar a la gente sin decir nada no es nada fácil.
Es muy difícil—en cuanto pretende que se la entienda sin decir nada,
entender a la gente sin decir nada.
Es terriblemente difícil y sin embargo muy fácil ser gente;
pero es lo difícil no decir nada.

V

El odio que el padre que es hijo profesa al hijo que es padre, es padre del odio que el hijo que es padre profesa al padre que es hijo.
Todos conspiran contra todos y se muerden y se despedazan los unos a los otros; jamás se mueren de hambre y comen caca, coman o no coman caca, comercien o no comercien con sedas y licores y toda clase de mercaderías,

112
se ríen del género humano y tallan diamantes, dejan de tallar y se ponen a jugar, ya al dominó, ya a las carreras, ya a las apuestas, toda clase de juegos,
van al campo y navegan a su gusto, viajan en tren, vuelan en avión, comen bizcochos y reparten besos y saludos,
muy ufanos de sus zapatos bien lustrados, de sus cabellos cortados a la última moda, de su tez bien asoleada, y de sus carteras de cuero de cocodrilo.
Se ponen pensativos leyendo los periódicos, suspiran con moderación, tosen con suficiencia, y caen enfermos de vez en cuando, con la distinción con que las normas lo prescriben;
y hay que ver el tono que se dan cuando suben al avión.
El aire majestuoso que suelen adoptar cuando hablan de tecnología, la severidad de su lenguaje cuando hablan de moral,
la elegancia y despreocupación con que se suenan las narices, esa leve inclinación de la cabeza, esa simpatía, ese no sé qué, con que sonríen,
hay que ver ese raro don de gentes, el empuje, la drasticidad, el talento, el secreto encanto que en todos sus actos demuestran,
y la espiritualidad del gesto; esa desconcertante sutileza con que opinan sobre arte y psicología;
el criterio sabio y la versación acerca del dolor humano, y con qué congoja dan su veredicto;
hay que ver la grandeza soberana en la mirada con que suelen perdonar los errores de los miserables mortales;
la consumada técnica con que mascan y con que tragan las mil vitaminas para mantenerse rollizos y proteger la salud;
la elegancia con que acuden a consultar al psiquiatra, a tiempo de mirar el reloj y ponerse nerviosos—un poco nerviosos, no demasiado, con rictus aristocrático y nobleza en la frente;
hay que ver la gallardía con que se mueven en el mundo y la importancia que se atribuyen en la vida;

113
la significación trascendental en cada uno de sus ademanes, y, más aún, en cada uno de sus tics nerviosos, por más que no tengan ninguno;
hay que ver las heroicas actitudes, el timbre de ferocidad que imprimen a la voz,
la tremenda osadía en sus determinaciones cuando se mueren de susto, el temblor en el upiti cuando se hielan de espanto,
y los ayes y los íes, los oyes y los úyes, con que claman socorro, en cuanto creen ver amenazadas sus preciadas existencias por algún fantasma,
y las paradas de gallo viejo con que pretenden ocultar el terror que los domina;
hay que ver lo que todavía les espera con cierto demonio cobrando forma dentro de ti,
que los reventará sin asco, gracias a tu mutismo y por obra de tu mutismo.

VI

Presiento un lóbrego día, un espacio cerrado, un suceder incomprensible, una noche interminable como la inmortalidad.
Lo que presiento no tiene nada que ver conmigo, ni contigo; no es cosa personal, no es cosa particular lo que presiento;
pero tiene que ver con no sé qué
—tal vez con el mundo, o con los reinos del mundo, o con los misteriosos encantos del mundo;
se puede mirar a través de las aguas una profunda fisura.
Se puede percibir, por el olor de las cosas y por las formas que ellas asumen, el cansancio de las cosas.
En lo que crece, en lo que ha dejado de crecer, en lo que resuena, en lo que permanece, en lo que no permanece, en el aire silencioso, en las evoluciones del insecto, en los árboles que murmuran,

114
se puede adivinar el júbilo de un próximo acabamiento.
Las oscuridades devoradoras, ansiosas de devorar fenecido el término, ya nada será.
Tal vez una brizna, en lo alto de algún lugar, tal vez en lo profundo de algún lugar,
flotando en las últimas aguas.
El resuello, sin principio ni fin, una envoltura para la inmovilidad,
envolviendo el movimiento del circulo que se repite
—no sé explicar, no sé decir en qué consiste el presentimiento que presiento.

VII

En el extraño sitio en que precisamente la perdición y el encuentro han ocurrido,
la hermosura de la vida es un hecho que no se puede ni se debe negar.
La hermosura de la vida,
por el milagro de vivir.
La hermosura de la vida,
que se queda,
por el milagro de morir.
Fluye la vida, pasa y vuela, se retuerce en una interioridad inalcanzable.
En el aura de los seres que transitan, que se hace perceptible con un latido,
en el viento que vibra con el ir y venir de los seres,
en los decires, en los clamores, en los gritos, en el humo
—en las calles, con una luz en las paredes, unas veces, y otras veces, con una sombra.
En ese mirar las cosas, con que suelen mirar los animales;

115
en ese mirar del humano, con que el humano suele mirar el mirar del animal que mira las cosas.
En la hechura de la tela,
en el hierro que el hierro es hierro.
En la mesa,
en la casa.
En la orilla del río.
En la humedad del ambiente.
En el calor del verano, en el frío del invierno, en la luz de la primavera
—en un abrir y cerrar de ojos.
Rasgando el horizonte o sepultándose en el abismo,
aparece y desaparece la verdadera vida.

VIII

En un trasfondo hirviente y vibrante echo de menos el encanto.
En el antiguo silencio de un aire echo de menos el encanto.
En el aislado mundo del que nada fluye, como no sea el perdido encanto, lo que me remite a ti,
echo de menos la horca en que una vez me viera suspendido para mirarte con totalidad,
en todos tus movimientos y pasos
—echo de menos los años, las fechas, los días precisos que se llaman hoy,
los precisos instantes que se llaman ahora—el mañana que ha sido, el ayer que ha de ser,
echo de menos algún dolor que era tuyo, que se reunía con algún dolor que era mío,

116
que se adentraba en lo profundo de tus ojos
—en lo profundo de tus ojos, en que echo de menos lo profundo de tus ojos.

IX

Con tinieblas y piruetas portentosas emergen los malabaristas de la noche.
A patadas y codazos se abren paso por entre la multitud de anonadados personajes que miran deslumbrados,
sorpresivamente se sitúan en el centro del redondel y ofrecen numerosos malabares.
Se ajustan el cinturón y se revuelcan, con el tropel de caballos enanos que acaban de hacer su aparición, guiñan los ojos y no acaban de revolcarse,
y beben café y comen manzanas, hacen esto, hacen lo otro y lo de más allá,
y es esto lo que hacen, y lo otro y lo de más allá, y no otra cosa, hasta que alguien entrando en escena resuena,
y comiendo ajos el pitazo resuena,
y todos se encogen y todos se inclinan, y se recogen sobre sí mismos y se ensimisman,
en medio del profundo silencio reinante, se encienden las luces, no se encienden las luces, se apagan las luces,
al conjuro de los perros brujos que irrumpen en el redondel con espectaculares volteretas,
la incertidumbre desciende y luego no desciende con los perros brujos,
que comienzan a trotar en toda la redondez del redondel con gran finura de estilo, para salvar obstáculos ya de por sí insalvables,
con gráciles contorsiones y con adecuados y parsimoniosos movimientos,
muy conscientes de la admirable admiración con que los admiradores admirados los admiran,

117
con miles y miles de ojos que ansiosamente se tuercen y se retuercen en las vueltas y revueltas de un aparato en verdad aparatoso,
de difícil trayectoria, intrincado de verdad pero no disparatado.
Y con el polvo que levantan, y con el aserrín que levantan, y con los caballos que levantan, y con los malabaristas que levantan, y con la basura que levantan, y con los enanos que estos perros brujos levantan,
una señora, de hermosura nunca vista se levanta, y, después de sacarse los ojos y limpiar sus anteojos, luego de lanzar un grito se desmaya,
y todo es algarabía, todo es exaltación, chocolate y alegría, en alborozados corazones, al son del regocijo general,
al ton con que estos perros brujos se levantan, en son de sacarse los ojos, en ton de limpiar sus anteojos, en son de dar un grito y desmayarse, sin ton ni son, al son de universal consternación,
al ton con que un lebrel sale de quicio, en son de ponerse a ladrar, en ton de saltar, en son de ganar la pared, en ton de encaramarse en el poste sustentador de los lebreles, en son de irse con éstos,
en ton de internarse en un mundo incierto y no conocido, hostil, cubierto de abrojos y exento de margaritas,
en son de desentenderse de un hombre terrestre, tan generoso, tan dadivoso, tan cariñoso,
que los contempla con ira impotente y que profiere bufido potente,
con patéticos gestos de asombro, con miradas de poderoso magnetismo,
con cuello de toro y cuernos de diablo, con cabeza de chorlito y espaldas de ursus, con un moscardón zumbando en la calavera,
con mejillas empolvadas y manos enguantadas, que avanza con paso precipitado, y desesperado,
que entra y se sienta en el centro del redondel, haciendo señas aflictivas y se pone a llorar,
provocando un movimiento circular a expensas del gentío que, en efecto, se desborda tumultuosamente para rodear al afligido,

118
habiendo engendrado un redondel con cien redonditos gracias a otras muchas gentes que acaban de surgir de la nada y nada menos,
por obra de las señas aflictivas que hace el afligido antes que por eso mismo,
sino que todos los disfraces y los antifaces, y los capataces, incapaces y capaces lo rodean, todos los ropajes y los maquillajes y los personajes, con los homenajes y masajes de rigor,
los mortales y los inmortales, grandes y chicos, blancos y negros, mujeres y no mujeres, hombres y no hombres lo rodean,
involucrados y no involucrados en las señas que hace, mientras que hace las que no hace pero no hace, que no deshace pero que hace, sino que hace; y es lo que hace.

X

En las profundidades del mundo existen espacios muy grandes
—un vacío presidido por el propio vacío,
que es causa y origen del terror primordial, del pensamiento y del eco.
Existen honduras inimaginables, concavidades ante cuya fascinación, ante cuyo encantamiento,
seguramente uno se quedaría muerto.
Ruidos que seguramente uno desearía escuchar, formas y visiones que seguramente uno desearía mirar,
cosas que seguramente uno desearía tocar, revelaciones que seguramente uno desearía conocer,
quién sabe con qué secreto deseo, de llegar a saber quién sabe qué.

119
En el ánima substancial, de la sincronía y de la duración del mundo,
que se interna en el abismo en que comenzó la creación del mundo, y que se hunde en la médula del mundo,
se hace perceptible un olor, que podrás reconocer fácilmente, por no haber conocido otro semejante;
el olor de verdad, el solo olor, el olor del abismo—y tendrás que conocerlo.
Pues tan sólo cuando hayas llegado a conocerlo te será posible comprender cómo así era cierto que la sabiduría consiste en la falta de aire.
En la oscuridad profunda del mundo ha de darse la sabiduría; en los reinos herméticos del ánima;
en las vecindades del fuego y en el fuego mismo, en que el mismo fuego junto con
el aire es devorado por la oscuridad.
Y es por lo que nadie tiene idea del abismo, y por lo que nadie ha conocido el abismo ni ha sentido el olor del abismo,
por lo que no se puede hablar de sabiduría entre los hombres, entre los vivos.
Mientras viva, el hombre no podrá comprender el mundo; el hombre ignora que mientras no deje de vivir no será sabio.
Tiene aprensión por todo cuanto linda con lo sabio; en cuanto no puede comprender, ya desconfía
—no comprende otra cosa que no sea el vivir.

120
Y yo digo que uno debería procurar estar muerto.
Cueste lo que cueste, antes que morir. Uno tendría que hacer todo lo posible por estar muerto.
Las aguas te lo dicen—el fuego, el aire y la luz, con claro lenguaje.
Estar muerto.
El amor te lo dice, el mundo y las cosas todas, estar muerto.
La oscuridad nada dice. Es todo mutismo.
Hay que pensar en los espacios cerrados. En las bóvedas que se abren debajo de los mares.
En las cavernas, en las grutas—hay que pensar en las fisuras, en los antros interminables,
en las tinieblas.
Si piensas en ti, en alma y cuerpo, serás el mundo—en su interioridad y en sus formas visibles.
Acostúmbrate a pensar en una sola cosa; todo es oscuro.
Lo verdadero, lo real, lo existente; el ser y la esencia, es uno y oscuro.
Así la oscuridad es la ley del mundo; el fuego alienta la oscuridad y se apaga—es devorado por ésta.
Yo digo: es necesario pensar en el mundo—el interior del mundo me da en qué pensar. Soy oscuro.
No me interesa pensar en el mundo más allá de él; la luz es perturbadora, al igual que el vivir—tiene carácter transitorio.
Qué tendrá que ver el vivir con la vida; una cosa es el vivir, y la vida es otra cosa.
Vida y muerte son una y misma cosa.

121

XI

Una distancia recorrida, una ciudad deshabitada. En una ciudad perdida,
una ciudad habitada—nunca hubo tiempo.
El reflejo de la lluvia, una lluvia.
Un saludo, una seña—te saludan y se van.
Una música escuchada, un olvido—un olvido y no sé qué,
un trance de inconsciencia,
un olor,
una mirada
—qué recuerdo no se hunde, qué recuerdo no refluye.
Y eso es todo.
Nada ni nadie se queda; es uno mismo.
Todo se queda con uno, y nada se queda
—la substancia, la tierra. Lo que no se toca, lo que se toca,
lo que no hay,
todo, es y se queda.
Lo que ha sido, lo que es, lo que ha de ser, no hay tiempo
—no hay nada—todo es.
No te duelas
—no te duela nada.
Nunca hubo tiempo; nunca ha sido nada; el humano todo lo tiene
—cosa grave es la esperanza.
Decir adiós y volverse adiós,
es lo que cabe.

122

XII

Qué mano habrá sido tocada por esta mano.
Qué boca habrá sido besada por esta boca.
Qué ojos habrán sido mirados por estos ojos.
En medio de qué caminos, en medio de qué oscuridades, me habrán mirado estos ojos.
Dónde habrá sido encontrada esta mano por mi mano; cuándo habrá sido revelada esta mano por mi mano.
Qué día, qué hora, en qué lugar, habré encontrado este cuerpo y esta alma que amo.
En qué misterioso momento habré encontrado mi alma y mi cuerpo para amar como amo esta alma y este cuerpo que amo.
Este cuerpo, esta alma, están aquí.
Yo soy y estoy en esta alma, en este cuerpo, en esta alma que amo y en este cuerpo que amo.
Por el modo en que respiraba, en lo invisible y recóndito encontré esta alma.
En el modo de mirar y de ser de este cuerpo—en el modo de ser del ropaje,
en el modo de estar y no estar, oscuro y sutil del ropaje, encontré el secreto,
encontré el estar.
Con un ruido que resuena aquí, con una antigüedad muy remota,
en esta distancia,
cae la lluvia;
con un hálito de luces y de sombras, en que poco a poco se pierde este país
ilusorio

123
—con un canto y con un pálpito,
con un sueño muy profundo, duerme este ser, en los resplandores de un limbo,
en los resplandores vacilantes de un limbo.
Desde muy lejanos sitios, desde muy hondos espacios,
con el soplo de júbilo en que el mundo se mece,
llega un aire
—a la hora última en que llega este aire, cargado de presentimientos.
A la hora final del encantamiento, en que el mundo se hunde en algún lugar,
más allá de la pared,
en que yace este cuerpo que amo,
en que yace esta alma que amo.
Más allá del más allá de todos los caminos,
en que trasciende el olor de este cuerpo que amo,
en que trasciende el olor de esta alma que amo.

125

De Visitante profundo (1964)

Tu grave alegría discurre en un trance de antigua navegación.

A mi madre y a mi tía Esther; y a mis amigos muertos.



127

I

Este visitante profundo habita en el vello y en las trompetas, decora una penumbra.
Vaga por los acordes y los perfiles diversos y aquí, en la ventana y allá, en el monte de la suprema finura,
este viajero me contempla, inexplicable,
se esconde en el olor claro y denso de las luminarias
y en aquellos tejidos que dibujó el olvido
—su mirada de piedra lisa y lavada
no suele posarse en el don de la vida,
sus ojos y aires y su bastón profundo cantan vapores nocturnos a las esferas grises
y mueven desde abajo y desde lo alto los flujos y los contornos de una broza de los sueños
que nuestro paso aplasta rítmicamente.
Una llamarada se cierne en las pláticas y ensombrece la borra de vino,
y anuncia la llegada de un muerto a los quehaceres matinales
—miedoso de la luz, el muerto de orejas de oro y cacao
tiene el tórax grabado en la memoria,
lágrimas tan hermosas como las arañas
y las manos dispuestas en su sitio,
entre la quietud de los salmos.

III

Del modo azul con que envuelves el mundo,
el modo azul en que lo amas.

128
Estoy entristecido, y enamorado de tu modo azul—del modo azul de estar que esperas a que yo pueda vivir y morir aquí en el mundo.
Del modo azul en que la idea te conduce al alba del gesto—percibes el estruendo que vives y lo explicas e interpretas a tus semejantes y a nosotros
en el borde del agua y el oído atento a las claras revelaciones de una trompeta transmutadora del deseo de la luz
en una llanura de vivas arenas y el latido al compás de la rueda que presagia la idea-niño y la primera y final virtud del suceso.
Del modo azul en que congregas tu pensamiento
—el modo azul dispuesto por ti en aquel esbozo lunar, cuando un día ofrendó el
hombre su sonrisa al universo.
De anterior época a mi origen sólo conservo de ti el temor de nacer y hacer nacer, y el de estar muerto y que otros mueran o estén muertos,
porque—extraño caso de olvido—ya no sé de tu remota enseñanza.
Ya no sé de lo que me infundieras ni lo sabré, aun muerto;
es un extraño caso de olvido, modo azul,
y nos bambolearemos hasta que tus semejantes y nosotros y nuestros semejantes y tú pasemos a ti
con la sola semejanza para descifrarte viviendo y muriendo.
Cuando nos permitas a este bello mundo y a nosotros vulnerarte
y finjas tropezarte o estar dormido y simules haber sido visto o hagas entender que alguno vislumbró una partícula tuya
y con un relámpago enciendas el espanto y el asombro en nuestro mundo,
volveremos a mirar del animal, del muerto y del vivo y de la naturaleza de nuestro mundo,
y nunca más olvidaremos. Será la redención, modo azul.

129
El músico y las escopetas, lo liviano, lo pesado y la sombra, los apodos, el algodón y el calambre, el odio, los estafadores, la urraca, la edad y los candados, la ortografía y el café y los mentirosos, la pulga y el marfil, el número, las abejas, la visión y yo, la cola, el oro y las repisas y los achacosos,
esperamos la señal ansiosos por fundirnos y proseguir el diálogo contigo, modo azul.
Que se alarguen los días y las noches sean humeantes y los moscardones tengan una vida llevadera.
Que esto sea, y sea mucho más
—que el hombre deje de ser un protegido del animal y alcance lo humano, lo alto y lo sencillo
—que la lana no le sea arrebatada al animal y se deje a cada cual estarse tranquilo.
Ahora se escucha un grito, proferido quién sabe por qué;
no es grito de hombre ni tampoco es de animal, pero es un grito de cosa
—su origen se halla aquí, y parece ser inadmisible
—modo azul, yo estoy entristecido y perplejo por siempre.
Es mi intención dejar de verme y no saber nada de mí, y me comeré, si no pudieras hacer por ser visto.

V

Como el día alimenta unos sueños estériles y lastima tu naturaleza angelical,
has de partir en pos de la noche

130
—y yo te diré que ella suele pedir, como un mendigo, toda la vida:
raramente se conmueve.
Pero tú, con tu tierna manera increíble,
eres comunicativo y la conmoverás en aquella claraboya, si le dices:
"Quiero la muerte, pero no morir"
—y los que descansan alejados del fuego, escucharán la palabra estremecida de tu vuelo
y no querrán saber que están muertos al ver que te habrían amado.
Y de tal modo conocerás las imaginaciones de la noche
y lo indecible de muerte en tu forma,
el júbilo mío: estoy de pie y con un fuego en las manos.
(De noche tu ropaje con unos vivos de color blanco refleja una música de ciudades y de soles y deja mirar un otro, denso ropaje que hace vibrar los puentes y ocurrir los viajes, y hace que se quede la noche en tus ojos.)

VI

Bajo una tiniebla conduce el dolor la antigua dinámica con que evocas la fragancia
de los vegetales
—en los resplandores que el corazón elevará de las montañas y en el olvido de las
grandes campanas
—en los polos dilatados y endurecidos de las canciones está el acorde central que
te detiene a contemplar las alas excesivas de los habitantes:
relacionas la cadencia de tus dedos con la vaga ascensión del humo cuando ha perdido
un polo su virtud.

131
Bajo lo solo, a la hora de lo perplejo y de lo admirable, cae la tarde;
lleva tu peso el horizonte hacia las traslaciones y hacia las profundidades
y el muerto es cálido, mundial en las espumas, en los murmullos y en la luz
—y entra el agua en ebullición, ronda la profecía.
Se proyecta en las grutas, y en tus labios y en tus sueños no fenece la tensión,
un badajo te aparta de la camisola nocturna;
yo no pereceré sino cuando pongas un huevo en testimonio inmortal de la tensión.

VII

Vive a la vera del lenguaje, la cabeza flotante en un cuerpo que no hay
un dedo en la neblina
el agua corriente en el mundo de los que agracian su estar con un borde de lino
y otro dedo en el viento que mece los soles del milagro nombrado por el verano y la lluvia
y ancianidad de la luz que todavía no viste
una noche otro dedo paralelo a una ambigua melodía en el puente
y el peso del llanto en el ramillete guardado generación tras generación
cuando las modulaciones y la furia del agua fija y reluciente pasan de largo
mas el vínculo te llama y te llama y toca y toca tu corazón otro dedo con el apoyo del fuego
—parpadeas a poco la fórmula mágica que ronda tu cuerpo y lame la áspera vida
—a una ciudad vas, y tiene apagado el mechero alguien que está y está por nacer
y le comes su intención y un fondo de tambor se descencanta ante ti.
La fibra y los ruidos difundidos en el interior de la tierra, algo hallan en ti de su secreto original

132
y llega conquistadora la medida de las presiones en los rumores nocturnos
cabe decir que el molino creció y las vidas renacieron anteriores a las nubes,
expulsa tu figura, acoge la verdadera y volarás a mirar el fondo del agua
—cada mayo, cada instante y cada año cabe decir si el agua verdadera se oculta,
si el fuego se oculta y te quema
—y en tanto,
apresura la expulsión de tu figura porque todo está expulsándose.
Hay ciudades ocultas que guardan ciudades en el corazón y el primer día su resplandor
subyuga, y el último es un olvido que brilla en el ojo del hombre
—sus calles disciernen el mundo y evocan la cumbre, y la voluta olorece a
cabellos y a calavera
—de ti a mí, de ellos a ellos, de todos a todos va y viene la voluta, y en la ciudad
se esparce;
lava tu frente una lluvia concisa la vez que suspiras, y el trazo del péndulo y las
húmedas fuentes, a ti te devuelven el rastro de la marina y lisa clave de los sueños.
De todo pálpito te libera el edificio del eco;
tu grave alegría discurre en un trance de antigua navegación.
Una mano petrificadora en tus mejillas, y la ansiedad, y la epístola y los minerales,
tocan una música para los animales afectuosos que nombran tu ropaje a la cadencia de tu risa y de tu llanto
—y tus cabellos te conducen a la ausencia.
Y en aquellas ciudades—¡oh, habitante!—la muerte es fuerte y diversa, y poderosa
la agonía; los sueños manan de tu sangre

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—revelan el astro de la letra olvidada—la letra que falta a la palabra que falta
—y se desborda el lujo de la sangre, en unas ciudades donde no se puede morir.

VIII

Evocan las aguas un canto para helar el vaho y la sombra.
Que tu cabeza lavada alargue hacia aquí la medida y escudriñaré los costados del mar
y la perdida alumbre que brilla en la orgullosa humedad muerta.
(En la lejanía del abismo, de pronto la mariposa nocturna se volvió contemplativa,
invisible y paciente como la devoción y flexibilidad que se le volaban por las
patas.)
Uno llega, se oculta por no saber que ha llegado y se encuentra un estruendo:
se diría tu voz,
pero la incidencia de la luz y un olor de vejez
no dejan ver su trance original, que era una sonrisa.

X

Yo te veo
—un destello me acoge si los orígenes de la noche se han vertido.
En cuanto cruzas la negrura, un soplo del corno te borra;
eres la significación irremediable de las ciudades y de los resplandores.

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Estás en las dos orillas, en mí; en el lejano tejido habitas el humo y la colina
y la textura de la lluvia se asemeja a lo que deshabitas y a lo que no habitaré.
Te busco en mi dolor cuando mi dolor por sí solo existía
—cuando yo era un soplo y una arena,
dónde, en qué estabas,
eres en ti pero en realidad no serías.
A que te trueque en fuente me instas melancólicamente, maga de medias negras
tal vez amante del olvido
—habitante que sabe que no existe y que no elude el verse y el sentirse:
hay humor en que sí yo sea y que tú no.
Sería asombroso el que sin mí vivieses.
Esté tu voz; esté por siempre aquí,
así fuera que yo la escuchase o que no.
Esté, siempre esté.

XI

De la altura del muerto que mira los trances del crepúsculo
ha quedado en ti una lejana chispa
—el trazo de la forma azul en el fuerte acorde que mece el viento con una lejana chispa,
en ti está.

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El silencio eleve un poco de dulzura y se aparte del olvido
para morir en algún olvido,
y se diluya contigo y fenezca al fluír de la lluvia;
y que todo sea lenguaje en formación a la señal de un suspiro.
Y una nave de los cielos descubra nuestra carne y nuestro dolor.

XVI

No toques esa música
—cuando hace frío, necesitan de tu gracia un hálito las formas, un silbido y un rocío.
Es húmedo el abismo de tu peso y las esfinges no te contemplan,
las contemplas tú por ser esfinge, si el ámbito es tuyo y te restriega
—el ámbito espectador de lo tuyo en el principio y término de tu vida sinfónica.
Deseo indagar qué viento te lleva y qué lluvia, y la esencia de tu mirar en el país de las causas
—te insto a que vengas y me despiertes, y me maravilles.
Me apremia el tránsito de la noche, y me desune;
mi cuerpo se distribuye, y nadie llega a verlo ni a verme.
Me acuesto—si suspiro o me toco o miro, todo acabaría: la esperanza de la transparencia,

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la vida propiamente dicha; la promesa de cabellos y de luces de tu aparición
y la hospitalidad de los templos y la acogida de las canciones.
Mi voz aclama una proeza, escribe el rabioso ademán de la mano negra que tu profesión es inútil.
Si no identificas tu futuro con los peces—si no te transformas,
caerá en las aguas la mucha música de los negros, y discurrirá la ciudad en un silbido.

XVII

Hunde los labios en la muerte colectiva al amparo de los dedos arriba y abajo
sepúltate en lo no argumentado ni dicho y en el fleco a la luz de los que mueren de vacilación
—si viene la muerte no solamente de la vida, sino por vacilar.
(La muerte suma y armónica nada tiene que ver con la muerte por vacilación,
y no digo que quien no vacila fuese inmortal.)
Si no percibes el olor de una araña y no sabes lo que dice lo inmóvil, entonces mueres;
pero nunca si tu frente se mordiese, siempre que mientras tanto no soñaras que ella te mordía.
Cuando no tú vacilación, la muerte espera el mordisco de tu frente para recibirte
Mas, me lleva el amor a clamar por tu conservación en ecos lucientes y en tareas universales,

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en masas activas e inertes, que hielen y den júbilo.
Frenético clamor suscita tu conservación, tu tiempo particular sin noticia de temperatura.
Sea inscrito mi deseo en la gravedad, en el calor y en la redondez.

Como una luz

Llegada la hora en que el astro se apague
quedarán mis ojos en los aires que contigo fulguraban.
Silenciosamente y como una luz
reposa en mi camino
la transparencia del olvido.
Tu aliento me devuelve a la espera y a la tristeza de la tierra,
no te apartes del caer de la tarde
—no me dejes descubrir sino detrás de ti
lo que tengo todavía que morir.

Eres visible

Permaneces todo el tiempo en el olor de las montañas
cuando el sol se retira,
y me parece escuchar tu respiración en la frescura de la sombra
como un adiós pensativo.

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De tu partida, que es como una lumbre, se condolerán estas claras imágenes
por el viento de la tarde mecidas aquí y a lo lejos;
yo te acompaño, con el rumor de las hojas, miro por ti las cosas que amabas
—el alba no borrará tu paso, eres visible.

A ti

Al calor de tu forma progresa mi sangre, en el aire de sueño
el clima para lo solo eres tú
—una sombra canta para ti en el fondo del agua al compás de mi corazón
y en tu mirar mis ojos están silenciosos por la música
al soplo de la luz,
en el cielo y en la oscuridad.
Esta noche reuno tu forma,
el eco de tu boca en medio de una olvidada canción
—y te doy un abrazo.

Ven

Ven; yo vivo de tu dibujo
y de tu perfumada melodía,
soñé en la estrella a que con un canto se podría llegar
—te vi aparecer y no pude asirte, a turbadora distancia te llevaba el canto

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y era mucha lejanía y poco tu aliento para alcanzar a tiempo un fulgor de mi corazón
—el que ahora estalla ahogado por alguna lluvia compasiva.
Ven, sin embargo; deja que mi mano imprima inolvidable fuerza a tu olvido,
acércate a mirar mi sombra en la pared,
ven una vez; quiero cumplir mi deseo de adiós.

POEMS IN THE ORIGINAL SPANISH
 

Preferred Citation: Saenz, Jaime. Immanent Visitor: Selected Poems of Jaime Saenz, A Bilingual Edition. Berkeley:  University of California Press,  c2002 2002. http://ark.cdlib.org/ark:/13030/kt9m3nc9hd/