Preferred Citation: Slater, Candace. City Steeple, City Streets: Saints' Tales from Granada and a Changing Spain. Berkeley:  University of California Press,  c1990 1990. http://ark.cdlib.org/ark:/13030/ft6g50072d/


 

Appendix B
Spanish Originals of Stories in the Text

The following texts correspond to the English translations that appear in the body of the study. Because of the background noise that reduces the sound quality of a portion of the tapes, I have not attempted a phonological transcription. The reader nonetheless should be aware that the taped originals reveal a high degree of regional pronunciation (pa instead of para, cantao instead of cantado , etc.).

1. Ella le mandó una visión en que se veía al hijo haciendo todo tipo de escándalos. Pero la madre no le hizo caso, todavía quería su hijo de vuelta. Entonces el muchacho vuelve a la vida y le trae un sufrimiento tras otro; por el mal que él hacía, ¿ves? Entonces fray Leopoldo le contó a mi hermana este ejemplo, que no sabía ella lo que iba a pasar con esta hija. Pero ella también insistía, insistía, hasta que por fin él mandó que la niña se levantara de la cama. Pero luego después, ella comenzó con todo tipo de desgracias. . . .

2. Una vez allí en Láchar, había un matrimonio extrema[da]mente bueno, pero pobre, pobre. Así que cuando el Hermanico vino a pedirles una limosna, no tenían nada en casa para darle fuera de unas pocas almendras. La señora le explicó que ellos tenían vergüenza de ofrecerle tan poca cosa pero no había mÿs comida en casa. Que corría mucha hambre en estos tiempos, ¿entiendes? Pues entonces, él les agradecía las almendras e iba andando para otra casa. Momentos después la señora abre la puerta y ve un almendro de esos grandes lleno, pero lleno de flores muy bonitas, perfumadas. Igual a una nube grande, rosada. Todavía se puede ver allí, yo misma lo he visto muchas veces.

3. Este carretero era honesto pero pobre, muy pobre. Tenía la esposa enferma desde hacía muchos años y varios chiquillos. Vivía de cargar


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ladrillos, arena, lo que fuera—una persona excelente. Entonces un día iba pasando por una de esas calles no adoquinadas, que había muchas en la época, y se le volcó el carro: se metió en un bache enorme de grande. Así comenzó a pensar en la familia, lo que iba a sufrir. Pues la gente pasaba mucha hambre entonces, no era como ahora. Así queen el mismo momento llega fray Leopoldo y le dice, "Amigo, ¿qué le pasa?" El otro dice, "Ay, Hermano, es que no puedo sacar el carro de aquí." "No se preocupe," le dice el Hermanico Leopoldo. "Que Dios siempre ayuda a los buenos." Y así fue. Salieron los animales al instante y él no perdió nada.

4. Años atrás una señora presentó su hija a este Siervo de Dios para que rogara por ella, pues tenía ya siete años y no articulaba palabra, a pesar de oír perfectamente. La respuesta de fray Leopoldo rue algún tanto enigmática:

—Señora, hablará su hija cuando yo calle.

Pues bien: aquella mañana rompió a hablar, y no como el que está aprendiendo, sino como el que sabe hacerlo desde los primeros años.

Su madre, en medio de la alegría familiar, recordó la predicción imprecisa del venerable capuchino. Llamó por teléfono al convento:

—Sí, falleció anoche—fue la respuesta.

5. Iba por los cortijos, mucho por los cortijos; muy pobre, muy delgado, pues casi no comía. Aquellos eran tiempos muy malos, la gente pasaba mucha hambre, así que él iba pidiendo y repartiendo todo lo que la gente le daba. Entonces el primer milagro que hizo era en uno de los cortijos en el camino del Padul. La madre de una niña ciega le pedía que le ayudara y él tuvo mucha pena de ella, una niña tan bonica que no podía ver las cosas tan lindas que hay para ver en este mundo. Dolores, se llamaba Dolores la niña. Yo conocí a la abuela de ella en casa de mi suegra hace mucho tiempo, cuando ella todavía vivía en la Calle del Aire. Bueno, entonces él pasó la mano por la cabecita de la niña y le dijo a la madre, "Ella verá cuando yo no vea más." Así. "Ella verá cuando yo no yea más." Bueno, pasaron los meses, pasaron los años, ella casi no se acordaba más de lo que él le había dicho. Hasta que el día en que la niña comienza aver bultos. Y luego después sigue viendo de verdad. Así que la madre se acuerda de fray Leopoldo y llama por teléfono al convento, a Granada. "¿No hay un frailecico que antes andaba mucho por los cortijos? Pues yo quería hablar con él." Entonces le dijeron, "Lo sentimos mucho, señora, pero hace un par de días que se murió."

6. Es que yo, sí, creo mucho en los milagros. Porque acontece que cuando yo tenía mis catorce años, fuimos a Lourdes. Y allí había una señora todo torcida, no podía caminar de manera alguna, la pierna estaba


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totalmente hinchada, ¿no sabe Ud.? Así que entró en el agua y luego después comenzó a gritar, "¡Gracias a la Vírgen santísima! Gracias a la Vírgen santísima!" Así. Y ella estaba llorando, todo el mundo lloraba. Y yo, pues, yo me eché a llorar también—pues bien, así que yo creo que los santos obran milagros. Y fray Leopoldo era un hombre muy santo, todo el mundo lo sabe.

7. Había pues una señora muy rica que vivía por aquí en una casa en una transversal de Gran Capitán. Una casa muy bonita de tres pisos, tenía un patio precioso lleno de plantas de todo tipo. Entonces él iba siempre allí a pedir para los pobres. Así que un día él fue detrás de un poco de aceite. Que hoy en día este convento es rico pero en aquel tiempo era pobre, pobre: los frailes tenían una huerta y vivían de ella. Pues bien, cuando pidió el aceite, la criada—Emilia se llamaba, todavía vive, la señora no, pero ella sí—entonces ella fue a buscar el aceite en el cacharro donde se lo guardaba. Pero no había nada, el cacharro estaba totalmente vacío. Entonces la señora le dijo que viniera más tarde, que iba a mandar buscar aceite en el cortijo. Pero él dijo que no, que ya había aceite en el cacharro y que no valía la pena mandar buscar más. Así que la criada, muy extrañada, fue aver de nuevo. Y el cacharro estaba lleno, lleno.

8. Lo que sé de fray Leopoldo es esto: que un día todo el mundo estaba rezando en la catedral, todo el mundo de rodillas, rezando, y él también, los ojos cerrados, de rodillas. Y de repente comenzó a subir, a subir para arriba sin que él se diera cuenta de nada. Todo el mundo lo vio. El no se dio cuenta de nada hasta que la cabecilla casi rozaba el techo. Pero los de abajo sí, quedaron atónitos. "Mire al Hermanico," se dijeron. Y el obispo tuvo que parar la misa hasta que él volviò a la tierra. Fue mi madre quien me lo contó pero todo el mundo lo sabe. Quiero decir, yo no lo ví pero sé que es verdad, sí, es verdad para mí.

9. Es un misterio, ¿no sabes? Porque estaba haciendo un frío de morirse y el árbol lleno de fruta y de flores. De repente, sin más nada, pues él era así. Parecía ser una de estas personas sin la menor importancia pero cuando él pasaba por la calle la gente veía cosas realmente maravillosas. No sé explicártelo, nadie lo explica. Pero que acontecía, acontecía. Puedes confiar, que es verdad.

10. Había pues un pedrusco en medio del camino cerca del Triunfo. Y había cinco obreros, uno de ellos conocido nuestro, por nombre de Antonio, Antonio Gómez. En aquella época casi no había nada motorizado, la gente se peleaba para sobrevivir. Así que estos obreros habían estado luchando con ese pedrusco la mañana entera. Estaban cansadísimos, a punto de más no poder, cuando llegó fray Leopoldo. Así que él les


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calmó. "Descansen un poquito," les dijo, "pues la piedra está para salir." Y fue así. Uno de ellos se rue, pero los otros siguieron su consejo. Y el pedrusco les salió sin más problemas.

11. Yo veía mucho a fray Leopoldo cuando chiquilla. Mi padre tenía un depósito de botellas de refrescos en la Calle San Isidro y él pasaba mucho por el barrio. La gente le tenía muchísima confianza. Si un niño se enfermaba no era al médico o al cura a quien se llamaba, era a fray Leopoldo. Yo lo vi pasar una mañana entera al lado de un muchacho enfermico. Para ver si la fiebre no se pasaba, ¿sabe Ud.? Ahora no le digo que era un San Juan de Dios, una Santa Teresa, yo no lo digo. Pero el niño se mejoró. Esto sí.

12. Soy extremeño, no soy de aquí, así que no llegué a conocer a San Leopoldo. Pero tengo muchos amigos que me han contado como él pasaba por aquí con su burrico pidiendo y repartiendo todo lo que recibía con los pobres.

13. Para decirte la verdad, yo confío mucho más en los reflejos de mi hermano queen el santo. Pero no voy a decirles nada, ¿para qué? Además es cierto que pudiera haber acontecido algo mucho más feo. Pues el coche salió muy real pero no les pasó nada. No me parece ningún milagro, pero aún así, hay cosas en la vida que no se explican fácilmente.

14. Claro que yo no creo que se puede cambiar un pedrusco en una piedrecita. Es sólo una manera de hablar. Que fray Leopoldo tenía mucha mano con la gente, conseguía hacer cosas que una persona más instruída nunca pudiera haber hecho. Así que cuando la gente te dice que él cambiaba las piedras en piedrecitas están diciendo que él era una persona fuera de lo común; que él era extraordinariamente bondadoso, tal vez, extraordinariamente bueno.

15. No digo que los jóvenes, que yo, no creemos en nada. A lo mejor todos creemos un poco en esto de los santos por si acaso hay Dios. Pues habiendo Dios, no queremos ir al infierno. Es que nadie sabe del otro mundo, si hay o no hay, ¿ves?

16. Era una vida dura hasta más no poder. Y allí fray Leopoldo, andando por las calles todos los días con su cesta, pidiendo para el convento. Era para los frailes, ¿entiendes? sólo para ellos. "En la casa del cura siempre hay hartura," como dice el refrán. Para la gente de la calle, nada. Nada en absoluto. Nosotros nos moríamos de hambre pero no nos hacían caso. Mira, había una niñita de ocho años que les pidió comida un día y le dijeron que no había nada para comer en el convento. ¡Nada para comer! ¿Entonces cómo se explica que los frailes todos andaban tan gorditos? Sin duda se nutrían de aire. De aire y de rezos.


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17. Así que él vivía para servir a los más necesitados. Fray Leopoldo, no, sólo pensaba en llenar la barriga, él y los otros frailes, no pensaban en otra cosa. Mira, hoy en día hablan de como él andaba por las calles descalzo en el invierno, pero yo mismo solía arreglarle las alpargatas, y tenían la suela bien gruesa, ¡puedes confiar!

18. Dicen que se acostaba con todo el barrio de San Lázaro pero yo no sé. A lo mejor es mentira pero dicen queen su día era muy amigo de esas mujeres que, que . . . A lo mejor se arrepintió de haberse acostado con tantas mujeres al fin de la vida y así quedó haciendo penitencia como limosnero. A lo mejor. Pero dicen que quedaba en la calle hasta las cuatro de la mañana a tomar y a hacer todo tipo de escándalos. Es lo que dicen por aquí.

19. Es que fray Leopoldo andaba mucho en la zona. Confesaba a las prostitutas, les ayudaba mucho. Les enseñaba a leer y a escribir, les traía comida, y luego después . . . no, no, estoy bromeando. Te juro que estoy bromeando. Les ayudaba de veras. Les ayudaba, sí. Que un amigo mío me contó como era: él iba por las calles, descalzo, entre las mujeres de mala vida de quienes nadie quería saber. Menos que todos, los capuchinos. Eran ellos mismos los que comenzaban a decir cosas feas de él, ¿sabes ?

20. El tenía que traerles una cierta cantidad de dinero—digamos treinta duros—todos los días. Sin faltar. Y si no lo tenía, los otros frailes no lo dejaban entrar. Le obligaron a dormir allí en el portón, ¡pobrecito! Así que la gente tenía pena de él porque era uno de esos viejos limpios, bien bonicos. Y le daban unos céntimos para que él pudiera dormir en su propia cama.

21. Yo, sí, creo en los santos, y creo en los milagros, eso, sí. Ahora esto de fray Leopoldo no pasa de habladurías. A fray Leopoldo, pobretico, los otros frailes no le hacían caso en absoluto. Incluso había más de uno que se burlaba de él. Hoy no, claro que no. Le tienen en un trono. Pues eso de los milagros es un señor negocio. ¡Tanta vela, tanta flor, tanta cosa!

22. Pues bien, entonces fray Leopoldo hacía muchos milagros, mucha cosa buena por aquí. Curaba a los enfermos, a los ciegos, hasta se quitaba los zapatos para dárselos a los más necesitados. El regalaba tantos pares de zapatos así a los pobres que los capuchinos le dijeron, "Mire, Fray Leopoldo, no vamos a darle más zapatos si Ud. continúa de esta manera." Hoy ellos dicen que fray Leopoldo solía andar descalzo aún en invierno por ser tan humilde, cuando la verdad es que ellos no querían darle ni un par de alpargatas. Claro que andaba descalzo. ¿Qué otra cosa podría hacer el pobrecillo?


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23. El era el pobre del convento; los demás eran ricos, tenían dote. Y él era lego, pobrecito, asã que tenía que servirles. Que esta gente es así. Ud. sabe, siempre quieren mandar en los demás. Pues entonces él barría los patios, hacía todo lo de la cocina. Tenía que limpiar los zapatos de los demás todos los días. Lavaba la ropa de cama y fregaba el suelo. Todo lo que los otros no querían hacer. Pues él era pobre, no sabía leer, así que se reían de él y le trataban como si fuera empleado suyo.

24. A fray Leopoldo le odiaban, por eso le mandaban a pedir a los señoritos, a la pompa de Granada. (¿Qué quiere decir pompa? Pues pompa es millonario, es quien tiene un banco, quien tiene mucha tierra.) Entonces él iba a pedir a estas casas en que la señora solía dar las flores para el altar y estas cosas. Iba la tarde entera a pedir limosna, descalzo, con sol o con lluvia, con mucha humildad. Y cuando regresaba al mon-asterío tenía que aguantar la risa de los demás. Comían el pan que él les había conseguido pero se reían de él. Aunque él hacía muchos milagros. Por ejemplo, eso de la moneda de oro.

25. Durante la vida fray Leopoldo hacía mucho, mucho, para los pobres de Granada pero aquellos otros frailes capuchinos no le hicieron caso. Dijeron que todo era mentira, fanatismo, y después de muerto le echaron en el cementerio, bien lejos de todo. Los frailes y las monjas se juntaron todos para enterrarle. Con la cara triste pero por dentro muy alegres. Querían olvidarse de él. Estaban hartos de aquellos milagros suyos que les habían dado tanto trabajo.

26. A ninguno de los capuchinos les gustaba el Hermanico Leopoldo. El jefe del monasterio sobre todo, éste vivía diciendo cosas horrorosas de él. Mentira, pura mentira, ¿comprendes? Hasta que un día éste enfermó, quedó muy enfermo, estaba para morir. Pues bien, a estas alturas piensa de repente en el hermanico, hace promesa con él para no morir e irse al infierno. Y se salva. Se salva, sí, señor. Así que queriendo reconocer tan gran milagro manda construir una iglesia. La iglesia del Triunfo. Cosa muy de lujo, todo el mundo la conoce.

27. En el pasado había mucha gente mala, realmente muy mala. Y los pobres todos muy inocentes, no sabían defenderse. Hoy no, es diferente. Todo el mundo tiene un nieto abogado que le dice, "Oye, abuelito, deja esta vida sacrificada y vente a vivir en la ciudad, que aquí es mucho mejor." Pero en aquellos tiempos, por ejemplo, había un señorico de la tierra de esos muy malos, muy poderosos, que quería sacarle el terreno a uno de sus trabajadores. Insistía e insistía tanto que el pobre casi se lo entrega. Pues le hacía unas amenazas tan terribles que el hombre casi se muere de miedo. Así que el sinvergüenza le habría robado por seguro si fray Leopoldo no hubiera aparecido por ese pueblo en el momento cierto. Era un fraile muy milagroso.


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28. El venía por el campo con la cesta llena de trigo. En tiempo de la cosecha, el sol en la cara, el campo todo dorado de sol, dorado de trigo. Hoy hay una carretera buena pero en aquella época había sólo un camino de tierra. Solía pasar el día entero pidiendo comida y repartiéndola en el camino pues había mucha hambre en aquellos días, la gente sufría mucho. Así que era sólo cuando comenzaba a atardecer que se acordó de repente de los frailes que estaban esperándole en el convento. Pues ellos tenían vergüenza de pedir, dependían de él para comer. Así que él no sabía qué hacer. Corría para el convento, muy preocupado pues no le quedaban más que unos granillos que ni daban para un pajarillo llenar el estómago. Pero cuando abre la puerta del convento de repente siente la mochila muy pesada, pues se había llenado de pan. Así. Entonces corre para servirles a los capuchinos que ya estaban en la mesa. "¡Por fin!" le dicen. "Tardaste mucho en el camino. Y nosotros aquí muriéndonos de hambre. ¡Que egoísmo!"

29. Encendieron las luces y quedaba una cosa de ensueño, con aquel cantillo del agua. Había vino de lo más fino que hay en toda España, carne de toda especie. . . . Al fin del banquete les pusieron una tarta de helado que era tan bonita que daba pena comerla, era como un castillo pero todo de helado, ¡qué maravilla!

30. Fray Leopoldo, sí, lo conocía mucho. Era el que venía siempre en una furgoneta llena de pieles. Nosotros antes teníamos una fábrica de cueros y comprábamos las pieles a los capuchinos, que en aquella época tenían muchas reses; no sé bien por donde, pero ellos se comían la carne y nos vendían las pieles. Pues bien, entonces hicimos la cuenta y si fuera una cosa de 300, fray Leopoldo siempre decía, "No, no, 500, 500," así, de broma ¿no sabe Ud.? Y se reía mucho, mucho. Que él era santo pero también andaluz, entiendes, y hasta a nuestros santos les gusta regatear.

31. Ahora, esto de los milagros no pasa de pura invención. El no hacía nada, quiere decir, nada del otro mundo. Además yo no creo en los milagros. A1 fin y al cabo, ¿para qué sirven, pues? A mi ver sólo existe lo humano. El bien que hacemos, el mal que hacemos, todo queda aquí en la tierra. Y si nosotros todos nos hiciéramos el bien uno al otro, este mundo sería una balsa de aceite.

32. Entonces, fray Leopoldo se sentaba con ellos, les dio pan, les dio morcilla, lo que él pudiera tener. Sólo no les daba dinero, pues el dinero que recibía era todo para el convento. ¡Ahora si hubiera sido por él, puede Ud. creer que aquellos viejitos habrían quedado con el dinero también!

33. Es que hemos pasado de una esclavitud a otra. La del analfabetismo y de la pobreza a la de la televisión y estas cosas que no dejan a


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nadie pensar. Mi hija aquí sólo puede hablar de las últimas cositas:quiere este disco, aquellos zapatos de tenis, aquella muñequita. Mira, me gustaría creer que estamos mejor ahora queen la época de fray Leopoldo. Pero a mi ver, las cosas me parecen muy iguales, demasiado iguales. ¿Y el gobierno? Mejor ni hablar. Todos estos políticos dicen una cosa y corren a hacer otra.

34. Tienes que entender queen la época de fray Leopoldo corría mucha hambre. Eramos ocho hermanos y teníamos que irnos a la estación con mi madre para esperar el vagón de carbón que pasaba por Granada todos los días. No tenía hora cierta, así que siempre salíamos de casa alas cuatro de la mañana, con un frío de pelar. A veces el vagón llegaba sin tardar pero a veces teníamos que esperar hasta las ocho o las diez de la mañana. Ay, ¡qué vida más dura!

35. Y así que cuando ella por fin llegó a casa, los vecinos estaban esperándole. Una cola enorme frente a la puerta, la gente casi se mataba para comprar un trozo, que no había carne alguna en la calle para vender, ¿ves? Pero aún así mi madre obligó a todo el mundo a esperar. La carne olía tanto, tanto que tenía que bañarse primero. ¡Qué vida más sacrificada! Por Dios, ¡qué olor !

36. Pues todo ¿me entiendes? era tan difícil. Mira, hoy mi sobrino le pide pan con mermelada a mi madre de merienda y ella quiere saber qué clase de mermelada quiere, ¿melocotón, uva, naranja? Pero en aquel tiempo cuando fray Leopoldo iba andando por Granada pidiendo, ¿cuál era el niño que se atrevía a pensar en mermelada? ¡Qué va! Que no había ni pan.

37. Yo era todavía muy chaval cuando asesinaron a mi padre. Era republicano, así que le mataron en medio de la calle. Después nadie quería hablar con nosotros. Bajaban los ojos cuando pasábamos cerca, pues todo el mundo sabía que mi padre había sido un rojo. Nadie nos dijo nada. Por miedo, ¿ves? Sólo fray Leopoldo cruzaba la calle para saludarnos. Los guardias y la gente de la calle todos mirándonos, un silencio terrible, enorme. Así que él pasó la mano por mi cabeza y me dijo en voz alta, "No te aflijas, muchachito. Tu padre era un hombre bueno y por cierto está con Dios."

38. Este sí, asesinó a muchísima gente. Se lo digo yo, que él mató a dos hermanos míos, más una cuñada y un sobrino mío que quiso defender a la madre. Nosotros vimos todo sin poder hacer nada, nada. Así que le digo que el mundo tiene sus santos y tiene sus asesinos. Los dos juntos. ¿Pues el fray Leopoldo no vivía justo en la época de Franco?

39. En la época de fray Leopoldo los padres pensaban que los hijos iban a ser igual a ellos. Nunca les pasó por la cabeza que el mundo


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pudiera cambiar. Así que los padres no mandaban a los hijos a estudiar. ¿Para qué? ¿La vida de ellos no iban a ser la misma cosa? Habían nacido para trabajar, para ser brazos para los gordos.

40. Tenía yo ¿Ud. comprende? profesores muy buenos. Pero el más grande de todos ha sido el propio Generalife. Antes de ser patrimonio del Estado era propriedad particular de unos duques. Quien quisiera pintar allí tocaba a la puerta y venía una criada a abrir. Hoy día los pintores trabajan de fotografías pero no es igual. La propia naturaleza te enseña tanto. Parece que un ciprés verde no pudiera tener una sombra violácea, pero lo he visto, lo he visto y entonces sí, puede ser. Tanto valor estético tenían las huertas regadas, las coles enormes y bermejas, como los cármenes. Y hoy no hay más, no hay más. Han derrumbado la casa en la cual yo conocí a fray Leopoldo. ¡Esa y tantas otras!

41. El convento tenía una portada muy sencilia, carril de cipreses, un Cristo a la izquierda. Y frente al Cristo había la entrada principal. Por encima se leía, "¡oh dichosa soledad !, ¡oh sola felicidad !" Yen el fondo del carril había la entrada de la iglesia. Una iglesia muy antigua, muy sencilia. Era bonita yen fin tenía un espíritu seráfico. Era como entrar en otro mundo .

42. Hoy no hay más, pero en aquella época en el corazón se vivía con más sencillez. Una pobreza muy grande, una falta de cultura muy grande, pero en el momento en que te pones a recordar, todo te parece una cosa tan sencilla, tan bonita, tan buena. Y ahora la vida es tan diferente, tan complicada. Que tenemos muchas cosas, pero vivimos más apartados.

43. Este fraile era muy sencillo. Comía lo necesario, bebía lo necesario, y ya está, no quería otra cosa para sí. Hoy no, estamos muy mal, el mundo es una desgracia porque la gente no se habla, no se ayuda más. No era así en los tiempos de fray Leopoldo, ¿me entiendes? El ayudaba a los gitanillos, fundaba un colegio para ellos, les daba comida, ropa, zapatos. Pero hoy todo el mundo corre detrás del dinero, todo el mundo vive con miedo del otro, y nadie disfruta de lo que tiene.

44. Fray Leopoldo sabía enseñar a los ricos. Sabía mostrarles que la riqueza no puede ser el fin de la vida. El pedía limosnas a los ricos para dar a los pobres. Sabía que los ricos deben ser más pobres y los pobres más ricos. Sabía que el mundo sería mejor si fuéramos un poco más iguales. Pero, claro, él era santo. Y yo, bueno, yo tengo que pensar en el dinero.

45. Yo realmente sé muy poco de fray Leopoldo. Pero de lo que entiendo él era muy sencillo, muy humilde. No quería nada para sí. Ahora, vivía en otros tiempos, no eran como hoy. Que hoy compramos


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los coches grandes que la televisión nos enseña. Que las mujeres se ponen de "jeans" y juegan al tenis cuando hace diez años nadie sabía de que se trataba. Nosotros nunca hemos tenido dinero pero sí, teníamos tiempo—tiempo para tomar una copita más con los amigos, tiempo para conversar. Hoy no, ni eso nos queda. Vivimos en el país del dinero, somos más americanos que vosotros. . . . Ahora, no te pongas tan triste. Las cosas no son para tanto. Mozo, ¡traiga más caié!

46. Hay tantas cosas en el mundo que no me explico. Ud. ve que hay los drogadictos y por detrás de ellos los camellos y por detrás de ellos todavía los médicos, los grandes intereses económicos. Quiero decir, es una cosa casi sin solución, que todo está relacionado, no hay nada que no entre en el juego. Así es que la gente se desespera y busca una salida más bien mágica, milagrosa. Como los Hare Krishna, ¿no ves esa joven bonita allí? Pues es así que yo entiendo esto de fray Leopoldo. Yo mismo no le tengo fe pero, entiendo, sí, por que la gente cree en él.

47. Fray Leopoldo, sí, vivía por los demás. Ayudaba a los enfermos, a la genre pobre, les daba buenos consejos a los necesitados. Hoy en dáa es muy diferente. Pues viene la guerra atómica en que me muero, en que te mueres tú. Así, ¿cómo es que la gente como yo va a creer en los santos cuando ni cree en el hombre?

48. Era una cosa linda, linda de verse. Pero cuando el Hermanico se murió, se echó a perder rápido. Los otros frailes hicieron todo, todo para que aquellas rosas volvieran a florecer, pero nada. Trabajaron horas plantando, regando y no les nació cosa alguna. Donde había limones, naranjas tan grandes como melones ya había piedras. Así que no les quedaba más remedio que construir un hogar de ancianos. Una pena. Pero claro, el mundo es así. Además el hogar les quedó muy bonito. Hoy viven más de cien viejecitos allí.

49. Claro, aquella Huerta, como todas de Granada, se regaba con agua sucia. Sí, pues Granada era todo un jardín pero se echaban los excrementos en la calle, había unos pozos ciegos, inmundos, por aquí. Así que la acequia era un verdadero estercolero. Tanto que la gente pagaba mucho más por la lechuga si ésta fuera del Albaicín pues el agua venía de la fuente, no estaba sucia. Había mucha peste, mucha epidemia, en el tiempo del Hermanico. Mi abuela se murió de cólera en 1940, ella y no sé cuantos más.

50. No me gustan para nada las cosas antiguas. Creo en el presente. Pero para serle muy honesta, de vez en cuando echo de menos el patio, el patio de la casa de mis padres. ¿Ve Ud. esa silla? Era de fray Leopoldo. Siempre se sentaba en la sombra a descansar cuando venía a


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pedir. Es curioso. Venía a casa el año entero, pero cuando pienso en él es siempre mayo. Así que yo me quedé con la silla. Sé que es muy fea. Pero aún así. . . .

51. No teníamos nada, nada en aquella época de fray Leopoldo. Pero cantábamos, bailábamos, comíamos pipas en la placeta, nos divertíamos entre nosotros. Hoy no, hemos perdido aquella alegría. Ahora, no todo el mundo piensa como yo. Mi sobrina me llama de anticuada. ¡Estoy tan orgullosa de ella! Aquí estoy, casi analfabeta, y ella estudiando filosofía en la universidad.

52. Pregúntale a cualquiera. Bueno, tal vez no a cualquiera. Es que hoy más de la mitad de las personas que viven aquí nacieron en otro lugar. Hoy no somos más un pueblo sino un pueblo internacional. Todo el mundo es teniente, es químico, es vendedor de muebles, todo menos agricultor. Yo si tuviera que vivir de los abonos no comía. Hoy no conozco los nombres de la mitad de las calles. Y las costumbres, mejor ni hablar. Gente como yo no se acostumbrarà jamás. Ahora, aún así, tengo que decirle que la vida es mejor para la mayoría de la gente. En aquellos tiempos de fray Leopoldo se vivía muy sacrificado.


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Preferred Citation: Slater, Candace. City Steeple, City Streets: Saints' Tales from Granada and a Changing Spain. Berkeley:  University of California Press,  c1990 1990. http://ark.cdlib.org/ark:/13030/ft6g50072d/